Como libro entreabierto me ofrecías
el sexo y toda tú ibas en la oferta.
Alto honor trasponer la íntima puerta
que daba al fuego en que te consumías
con sed de consumarte. Viva y cierta
la gloriosa pasión de aquellos días,
aunque el tiempo, ladrón de lozanías,
me quiera convencer de que está muerta.
Sigo siendo el que fui, sin ser ya el mismo.
Aunque has cambiado, al verte se me quitan,
todo cansancio y todo pesimismo.
Aquel mismo deseo mudos gritan
tus ojos y es mi gloria el dulce abismo
de añejado placer al que hoy me invitan.