Te espero a la salida de la taberna
para que me lleves a otros lugares,
a tus otros lugares que también tienen
un poquito de aroma de bares
porque, ¿qué poesía que se respete
no tiene algo de ron, algo de fiesta y baile,
algo de musas que hacen volar los versos
con alas de dinamita por el aire?
¿Qué poeta respetado no es un hombre
y qué hombre no ha ido o ha soñado
nunca ir a una taberna?
El problema está fuera, después o
antes de eso. ¿Qué hacemos antes y después
y fuera de la taberna? ¿Para qué nos sirve
la resaca? ¿A dónde ordena caminar a nuestras piernas?
Pero no todos los hombres son poetas, y tú
sí lo eres y lo aceptas. Y la resaca se fundió
con tus dolores de cabeza
propios del comunista. Por eso sé, aunque no lo digas,
que titulaste el poemario Taberna y otros lugares
porque necesitabas destruirte en ese lugar de vida impía,
para saber qué te faltaba construir, qué nos falta construir
para llegar al miedo de los miedos, a la prohibición
de las prohibiciones: el comunismo. Por supuesto,
intentando sacudirte tu destrucción en la vida impía,
te construiste en la muerte y llegas a estos días.