Me entrego a tus placeres,
carnales o severos,
a tus riveras ansiosas,
a tus cuencas hambrientas,
a tus trazos dibujados en todos mis rincones,
a los designios dictados en los albores.
Acudes al unísono de mis clamores,
de placer doloroso,
al exhalante brillo de mis ancestros,
y su odisea,
en el limo oxidado por los arpones del astro rey.
Mientras escribo mi nombre,
con la tinta del tiempo,
me he visto taciturno experimentándote,
y tus dolores me han dado fuerza indeleble,
no desvanece ante los nuevos horizontes,
de dificultad en vías de regios trenes.
Bendita y fausta suerte de la vida,
aun si última grieta es su final,
no como tantos que la inmortalidad les bendice:
nunca vinieron a vivir.