Fue de luz y bondad la fuente fresca
donde siempre mi pena hallaba asilo;
fue la copa repleta de cariño
que alentaba mis sueños y mis metas.
Ella fue transparente y bella tea
que me dio de su lumbre los racimos;
me brindó la caricia que es rocío
que destruye la espina de tristeza.
De su voz emanaban las palabras
que orientaban el rumbo de mi vida;
su sonrisa magnífica portaba
esos nimbos de amor que paz destilan:
¡Fue mi madre la estrella soberana
cuyo rayo curaba mis heridas!
Autor: Aníbal Rodríguez.