Con ganchos zocándole
cada pezón y tendida
sobre una almohada,
me ve intrépida;
lista para saltar
de un brinco del sillón
si le castigo sus nalgas rosadas
como hice el sábado pasado
después que me retó a chuparle
su bollito por una hora,
o más, sin abrigo ni descanso.
Ahora es mi desquite; me la tiene
que chupar dónde y cuándo ¡me plazca!
Me mira codiciada con sus
ojitos de peluche gigantes.
Pero, como soy su dueño,
si se queja la castigo, la azoto;
la amanso, la domino. ¡Le encanta
que le dé duro! ¡Se humedece
siempre que le azoto su culo!
Me ruega: «papi deme más;
¡por favor, papi, deme más duro!
Así, ¡ay sí papi, ay, con orgullo!».
Esto me piden sus ojitos de peluche...
enigmáticos... ¡Seguros!