Se resignaron a la mar.
Bracearon largamente,
sostenidos, únicamente,
por su ampliada esperanza
de no naufragar. Ya en tierra,
algo peor les esperaba. Licencias
y contratos, fronteras que no
entienden de hambre o de amor.
Ni de cosechas desperdiciadas,
ni de caciques o dictadores.
Fueron deportados, masacrados,
enviados a un destino de origen,
que no quisieron para ellos ni para sus
hijos. Náufragos, como casi todos,
seguimos viviendo, más allá
de toda lógica o sensatez.
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