Vivir es acumular momentos en los que, cual si fueran líquidos, nos vamos disolviendo.
Lo hacemos una y mil veces para que la dignidad no se pierda.
Sin saber nadar, nos aventuramos a cruzar el Estrecho y estuvimos a punto de perder la vida.
Para conservar nuestra esencia, la sumergimos en un tarro de cristal con alcohol y se la entregamos a nuestros hijos.
El espejo de tanta gente nos recuerda lo que fuimos.
Aunque nos digan que llegamos, no dejamos de estar en camino, como río que discurre e inunda las orillas en momentos de crecida.
Los pequeños logros son como ese azucarillo que compensa el trago que creíamos amargo.
Estamos tejidos de solidaridad, por eso compartimos el brebaje con tantas almas enfermas.