De joven abracé la belleza vestida de clámide y sandalias,
me guiaba,
con su dolorosa luz de carne y diminutas venas.
La belleza no es efímera
cómo muchos creen,
es eterna, es divina, es gallarda, exigiendo su paraje en la Naturaleza
como un templo esplendoroso
en mitad de la selva, con árboles que arrullan,
flores que murmuran ante el olvido diario, penitente, pestilente.
Lo bello son las cadenas
que nos anclan al suelo,
es la incansable búsqueda del convulso rumor del mar,
allá a lo lejos, antes tan cercano con su alfombrada arena,
con su cielo cayendo.
Qué mayor hermosura que abrazar una mujer,
hundir el olfato en su pelo,
besar su cuello.
Qué mejor ilusión que escribir palabras en la linde del cielo
y que lluevan versos sobre los quinceañeros.
En la esquina fría, donde te soñé tantas veces,
ahora escribo estos versos.
Es la esquina donde contigo, aprendí a caminar de nuevo,
entre tus manos de algodón rosado.
Es el rincón de la vida.
Te lo aseguro.
La estrecha hermosura que nos separa se llena con penas del alma.
Ruge el bosque, acosado por el viento
y la belleza del silencio el miedo aplaca.