Te he esperado
en las horas de un reloj que no callaba,
parpadeante, siempre despierta,
al abrir mis ojos ¡allí estabas!
Entre la sombra desnuda de unas luces de farolas,
entre los inaudibles ruidos de una noche de invierno,
en el ecuador de la hora más prohibida
mis ojos pedían a mi mente
el sudor de tu cuerpo, pegado a mi lecho.
Y mis manos podían, mientras,
acariciar el vacío de tu ausencia.
Desnudas de amor no te encontraba,
ajeno, parece que la vida no olvida;
y la oscuridad despierta
con la luz de la mañana.
Como una daga recorriendo toda mi alma.
No era yo quien dormía,
no era para mí la calma;
sólo era la esposa,
sólo era quien vigilaba.
El sabor de un sueño,
creyendo,
que a mi lado estabas.