Desperté de un mundo de sueños
haciéndolo con los ojos abiertos
en la humedad del aire al respirar.
Tranquilo el corazón sin sobresaltos
un hilo de saliva resbalando
en la comisura de los labios.
Que llegué al aseo cojeando
pareciendo el Cristo de los Faroles
al verme reflejado en el cristal.
Esa cara bailaba sin cabeza,
entre la niebla de algún recuerdo,
la vaga sensación de si era mía.
Solo el fresco del agua en mis manos
me devolvió al presente del olvido.
La gracia de mi faz y nada que contar.