Dueña
La brisa de la madrugada golpeaba el silencio
mudo testigo y viejo amigo de la dueña de la vida
el frío penetrante; ardía por las venas de la noche
ella desconocía mi nombre más se acercaba cada vez más
desconociendo mi historia y sin saber cómo nombrarme,
su poder autoritario se hacía sentir de un sólo trago
por cierto, algo doloroso y amargo, pero necesario el alivio,
la altanería de sus ojos me hacía retroceder por momentos,
mas por fin es mi turno, tantas veces la invoque,
y tantas otras se negó a obedecerme,
por fin nos vemos las caras estoy cerca, a unos pasos
se acercan presurosos los recuerdos de una vida ausente,
feliz e infeliz pero siempre sollozante y breve.
Adiós seres que me amaron por los que me mantuve latente
a alguien quizás extrañe y recurra a volver a verles…