Se me podrá decir pazguato si confieso
que amo el mediodía de los trópicos
el perezoso aleteo del sueño colectivo
y la soporífera danza de las horas mientras
camino o simplemente
me siento a mirar
con el tallo de mis ojos
este desierto vertical
del que todos huimos presurosos
aquí la luz se duerme en los tejados
el insólito oasis de una sombra
va de viaje bajo la nariz del transeúnte
y sobre los cansados
andamios de la memoria
un esfuerzo de ciento ochenta grados
en el obeso cuadrante de una tarde
presagiando lluvia o hablando en notas
de calores nunca vistos
en los que sólo se mueve el costo de la vida
y digo que me gustan estos mediodías tropicales
porque conducen al descanso
y son como una zanja mortal
en el recio itinerario de los días
cuando alguien puede abanicarse con el llanto
y el sudor de sus dedos desatados del trabajo
que a menudo
incurren en el crimen de ser libres