Guillermo Bustamante

La muerte de dos amigos

A Alberto Arboleda

 

 

Qué raro crece por el oscuro recinto del corazón

entretenido en la esperanza de que nada sucede

                                                               realmente

el ahogado recuerdo de nuestros vecinos muertos

 

Cómo duele saber que se sentían anchos por la vida

amando el rutinario sudor acumulado

por semanas en su rostro

 

Qué extraño resulta concebirlos de repente vivos

en la memoria de los días

como endebles cicatrices del tiempo

circunscritos a la palabra

grabados de vez en cuando en el recuerdo que es

                                                                     amargo

de haberlos visto junto a nosotros sumidos

perezosamente

en el dulce triangulo d elas tres únicas personas

del presente de indicativo

padre hijo y espíritu santo

Qué duro es pensar que ya están muertos

que de poco sirvieron sus regaños

pues siempre paladeamos la tentación de ser

                                                          desobediantes

y jamás osamos arañar la realidad

con los dedos arrodillados ante frases semejantes

mire por favor no tire piedras y bueno hay que

                                                                castigarlos

y nos reímos de ellos a escondidas

 de que jamás nos creyeran maliciosos

o capaces del maravilloso recurso de la burla

 

Qué amargo

es no tener un remedio

para la hostilidad de su silencio