A Alberto Arboleda
Qué raro crece por el oscuro recinto del corazón
entretenido en la esperanza de que nada sucede
realmente
el ahogado recuerdo de nuestros vecinos muertos
Cómo duele saber que se sentían anchos por la vida
amando el rutinario sudor acumulado
por semanas en su rostro
Qué extraño resulta concebirlos de repente vivos
en la memoria de los días
como endebles cicatrices del tiempo
circunscritos a la palabra
grabados de vez en cuando en el recuerdo que es
amargo
de haberlos visto junto a nosotros sumidos
perezosamente
en el dulce triangulo d elas tres únicas personas
del presente de indicativo
padre hijo y espíritu santo
Qué duro es pensar que ya están muertos
que de poco sirvieron sus regaños
pues siempre paladeamos la tentación de ser
desobediantes
y jamás osamos arañar la realidad
con los dedos arrodillados ante frases semejantes
mire por favor no tire piedras y bueno hay que
castigarlos
y nos reímos de ellos a escondidas
de que jamás nos creyeran maliciosos
o capaces del maravilloso recurso de la burla
Qué amargo
es no tener un remedio
para la hostilidad de su silencio