¡Tanto tiempo…juntos!
En esta habitación todos se sienten libres:
la silla que se recuesta sola,
los libros sobre sus lomos
-desparramados- van a su albedrio
con los mismos párrafos de siempre;
El descanso que se aburre mucho
en silencio de araña y zumbidos de moscas
con su hostia y su responso.
Hoy será otro día, pesado y tedioso,
en esta casa que está deshabitada,
casi vacía,
donde se han afincado la soledad
y el silencio
-par de cernícalos procaces-
que se anotan solos
en la lista de visitantes
y pasan revista a los inquilinos.
No entremos, dicen mis zapatos
-y no avanzan-
con todo el deseo de huir
a cualquier lado,
como una ola desesperada
desprendiéndose de su orilla;
¡La verdad, como yo mismo!
No regresemos, dicen mis almohadas
haciéndose más suave en mi mochila
con ganas de salir volando.
¡La verdad, como yo mismo!
Entonces, cierro los ojos y me voy.
Solo así puedo hacer lo contrario
y tocar lo que me honra;
Arreglo mis vendajes que se han de erogar
como pan de desayuno
para mi valor de cordero,
en su coraje de porcelana.
Adónde vamos -preguntan mis pantalones-
y se aprietan en su correa;
Porque nos vamos –pregunta mi sombrero-
acomodándose en la sien
del sufrimiento.
¡Ay de mí mismo! -dicen mis costillas
en algún costado-
¡Todo es un miedo espantoso a las espinas
de buena voluntad!
¡Tanto que prefieren a su viejo sufrimiento!