Te hablo hoy para decirte
Madre mía: ¡cuánto te amo!
y mi ser quiere sentirte
una vez más, y sonreirte
en tu verso que declamo:
Y decirte que yo alabo
a Dios, por la gracia enorme
de tenerte mientras grabo
tu retrato, que es mi agrado
y hace que a tu luz: se forme.
Desde siempre: eres mi vida
sé que por ti: vine a este mundo
y aunque el tiempo no coincida
mi corazón jamás te olvida
vives en mí, en lo profundo.
Tú, que me diste tu esfuerzo
y tantas horas sufridas,
nuestra hambre fue tu almuerzo
mas tu amor, el que yo ejerzo
aun florece: sin heridas.
Mi niñez vive en tus pasos,
y en todo cuánto has sacrificado,
en los años adorando tus abrazos,
estos días añorando aquellos lazos
en distancias y tan lejos de tu lado.
Tu bello rostro lleva aquellas
marcas de las mil y más batallas
que peleaste, Madre, todas ellas
entre lágrimas y arrullo de estrellas
ante fríos, y viñedos; ante playas.
Madre mía, a ti, yo te agradezco
tu amor, tu fe, y tu valentía,
tu instinto real y versallesco,
tu ejemplo, en el que vivo y crezco
tu sonrisa...¡tan llena de alegría!
Te entrego esas llaves tan eternas
con lágrimas y besos en ofrenda
las dejo en tu altar, y son linternas
a tus cuidados y tus caricias tiernas
que viajan conmigo toda senda.
Nos diste, y también: nos hiciste
fuentes de amor y de nobleza;
esperando ser lo que quisiste
te pido, Madre mía: no estés triste
y que tu canto se úna ¡a tu belleza!
Hoy, tras décadas: un suave halo
celestial vela tu rostro, y tu estambre,
y ante tu imagen, Madre mía, exhalo
y a Dios agradezco este regalo:
¡llevarte en mi alma, y en mi sangre!