Siempre he tenido
la profunda sensación
de que las canciones de mi madre
me evocan el misterio de la tarde.
De niño, cuando mi padre trabajaba
y llegaba hasta la noche,
mi hermano y yo
nos sentábamos frente a la mesa para hacer la tarea
y mi madre prendía la radio
para hacer sus quehaceres.
Recuerdo que de pronto de la radio
una canción sonaba,
llena de misterio,
mientras yo miraba a través de la ventana
un sol que caía
pintando las paredes de un morado delicado,
y el aire que barría el polvo del patio
como si fuera un viejo silencioso.
Y aunque apenas puedo recordar más elementos
de estas tardes, que fueron tantas,
en mi memoria solo es una.
Cada vez que escucho
las canciones de mi madre
estoy así, de nuevo, niño,
esperando que llegue mi padre,
con mi hermano,
viendo la caída de la tarde.