Está grave la situación política:
No poder hacer denuncias,
ni elevar tu voz de crítica.
Manifestarse bajo la responsabilidad
de convertirse en estadística,
en una sociedad llena de sangre
que, al victimario, victimiza.
Normalizamos la violencia,
y nos volvimos masoquistas.
En medio de la desigualdad
se idolatra al elitista,
y la lucha entre las clases
fortalece el discurso del congresista.
Se usa a conveniencia la constitución,
y el paramilitarismo se dignifica
proclamándose defensor de la nación.
Criminalizando la protesta pacífica,
la tacha el estado de violenta revolución
patrocinada por comunistas.
La policía se vende al mejor postor,
prostituyendo la institución pública
a los intereses de un senador.
Otorgando a civiles su beneplácito
para disparar en contra de la población,
mientras se protege el narcotráfico.
Nada queda de un estado de derecho
donde la “gente de bien” da tiros de gracia
y los pobres ponen el pecho.
Justificándose en la democracia.
Hay libertad para las vías de hecho
en un país sumergido en la desgracia.