“Las ruinas de aquel lugar seguro
de la infancia.”
Joan Margarit
No le saludan las caras inciertas
del barrio donde anduvo,
su infancia es un desierto
de cosas ya acabadas.
Aquellas noches de amigos y sueños,
edad que fue suya como la vida
o los combates del primer amor.
La calle hermosa y tan distante
concentra lo perdido con nostalgia,
los años de experiencias
y luz grabada a fuego en la mirada
que dentro suyo obliga a dejar atrás.
Paisajes donde sus ojos brillaron
al fondo de un presente azul oscuro.
Él busca los espacios que habitó,
la plaza llena de soledad
pintada contra ciegos horizontes.
Está triste y se cansa de evocar
instantes del ayer consumido,
la piel lujosa de las vacaciones
en unos días a los que llegó tarde.
Atrás quedó la amada ciudad,
tan sólo en sus recuerdos,
dejando un mar de ruinas,
fachadas rotas en caídas paredes.
Su estampa mira lejos,
tal las nubes que débilmente flotan
en una playa de octubre.
Pedazos del lugar confortable
que había en su niñez,
perdidas para siempre
las huellas de lo que un día ha sido.
Pasó el tiempo y ya todo es distinto,
hablar de ayer convierte
en cruel insistencia o mentira
aquello que no ha de volver.