Ben-.

Si te preguntan-.

Me recuerdas los comienzos,

la presión de las piedras

sobre los párpados magullados.

Los vertederos repletos de juguetes

malogrados, y las insinuaciones

de reverencia y de respeto.

Frente a un espejo, la herida,

sangrante, pujante, y tú, carcomido

árbol frutal que a nadie atañe.

Y luego dicen de la sangre.

Y luego dicen del cerebro, semillero

de podredumbres, las estrellas, tan lejos.

Extranjero de una tierra que apenas daba

puñetazos al aire, sus hombres, sombras

simiescas, gatos reventados en mitad

de una carretera.

El paisaje, cierta queja casi siempre

constante, la desidia y el desdén

y lo ignorante de las cosas.

Y los ojos, descoloridos como esponjas

usadas desde hace tiempo.

Y bares, muchos bares. Llenos

de abejas y cacerolas y sartenes.

Y avispas y secretos y murmullos.

Voces llenas de rabia, contra la mujer,

contra el hombre de al lado, contra

la nostalgia o la debilidad.

Contra el vago o contra el trabajador,

contra el maqui de antaño, o contra el señorito de oficina.

Odio y sin embargo, sin relevancia alguna.

Contra el de derechas y su imperdible o

contra el rojo y su pobre cerveza.

 

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