Alfredo Guidi estaba parado en el mismo lugar, cuando
Leonora salió de la cocina y le ofreció uno de los vasos que
sostenía en las manos.
_ ¿Aún estás vestido?
Preguntó, soltando una pequeña carcajada. No te asustes
es broma.
Alfredo pudo observar en sus ojos un resabio de decepción
y almendras amargas.
_Acércate, toma, no te voy a comer_
El hombre tragó saliva avinagrada y recogió el vaso. Ella,
con altivez, levantó el suyo.
_ Por la familia._
La luz de la tarde se colaba por la persiana a medio bajar,
iluminando los hombros desnudos de la mujer. El vaso de
Leonora permanecía levantado... Preguntó:
_ ¿Te pasa algo?
_ Ya pones de nuevo esa cara rara.
_Te vas, como siempre, migras a tu mundo, a ese sitio
donde nadie puede entrar, para escabullirte entre las
sombras de tu imperfección
Alfredo trató de apartar algunos pensamientos de su
cabeza. Tenía que apartarlos, solo eso, seguir respirando
sin sentir. Los ojos de la mujer brillaban con ansiedad y
erotismo, produciendo que su cuerpo emanara un excitante
aroma a naranjo.
_ Cobarde!!! Espero esta vez no huyas.
Se sintió ligeramente mareado, pero no por la bebida, era
aquella realidad que volvía una y otra vez en forma de
serpiente. Pensó dejarse llevar, perderse debajo de
aquella blusa blanca, donde se insinuaban dos puntas de
marfil, que estimulaban su sexo y atormentaban su vida
como castigo de Dios.
El deseo amoroso frustrado estimuló la ira crispando los
puños del hombre enamorado.
_ Perra dejarme en paz!!!
_ No podemos hacerlo!!! _
_ Tu marido es mi hermano!!!
Un certero golpe en la boca de la mujer la tumbó.
Los labios de Leonora se plegaron hacia adentro. Gotas
animadas tiñeron en sangre la blusa. Alfredo la miró, sin
morir y muriéndose cruzo el eje de la tierra, como un débil
cristal para que el alma reposara en paz.
Tal vez, la muerte con su fúnebre crespón podría cubrir la
habitación en penumbras y el invisible aroma a naranjo…
y pólvora.
Mientras en el monte, el viento y la pavura, atraviesan los
troncos ahuecados , que cercan a dos anónimas tumbas.