Me vienen a la mente, las horas de embeleso,
aquellas que vivimos tan llenos de ilusión;
preñados con las ansias, de aquel furtivo beso,
que fuera llama ardiente, de aquel primer amor.
Entonces florecían las rosas y chumberas
envueltas en los halos de nuestra juventud;
teníamos los años, que nacen las quimeras
bordadas con ensueños de hermosa excelsitud.
¡Con veinte primaveras, tejimos ilusiones,
lo mismo que se tejen los cielos carmesí;
con rayos transparentes, que dan las tentaciones
de amar con la pureza, que tiene el alhelí!
Salías de tu casa vestida de amapola,
con esa tierna gracia, de encanto juvenil;
con tímidas palabras, tu me decías: ¡Hola!,
haciendo despertara mi sueño mas febril.
Recuerdo que llegabas puntual a santa misa,
del brazo de tu madre, con rostro angelical;
recuerdo tu mirada, recuerdo tu sonrisa;
y aquella voz serena leyendo en el misal.
Y fueron esos días, los días mas felices,
oyendo el tintineo de nuestro corazón;
tañendo los repiques, cubiertos con matices
que tienen los delirios, de amor y de pasión.
¡Mas todo aquel encanto quedó en la lejanía,
perdido en el sagrario de tu virginidad;
que lleno de mociones, me dio con alegría
las bellas mariposas de la felicidad!
¡Por eso te recuerdo, si escucho las campanas
que inspiran al creyente, sus rezos a elevar;
y miro que mis versos se van por las ventanas,
buscando aquel entonces, que me hizo palpitar!
Autor: Aníbal Rodríguez.