Inquieta brilla la hoja del alfanje;
nerviosas las monedas,
que penden de las ropas,
se agitan tintineras.
Los velos acarician los sonidos
que brotan de las cuerdas
del laúd, y difunden las potentes
darbukas de la orquesta.
Vaporoso se mece el faldellín,
se ondulan las caderas,
los crótalos repican,
los brazos serpentean.
Un sensual movimiento estimulante
perturba mi cabeza,
cuando el vientre se encoge
y sus pechos se elevan.
Y dibujo sus perfiles sinuosos
con la tinta de la henna
en el lienzo indecente de la mente
que excita los sentidos, y que sueña.
Con el ritmo alocado de su pelvis,
con danzar anudado a su entrepierna,
con la grata caricia de su abdomen,
con la imagen lasciva de esa escena.
Con esa Mata-Hari
que baila con cadencia,
el misterio de las mil y una noches,
sutil, y tan etérea.