Despidieron las aguas de nuestro mar
el viaje de aquel insolente barco
que escondió tras su Pelado marco
a esos asesinos del azar.
Subieron todos centrados en llegar
pues sabían que si cruzaban el arco
y plantaban su bandera en el palco,
nadie la podría tumbar.
Intentaron detenerlos con todo,
les apuntaron los cañones del odio
y hasta enviaron algunos aviones.
Pero esos planes nadaron en lodo:
mucho antes de llegar al podio
los cubanos ya eran campeones.