Todo está correcto
en este aeródromo de la desesperanza
espero con dolor y emoción la partida
de la nave
La rampa del avión me conduce a su
interior oscuro
y desde la torre de control son ordenados los
mecanismos
de un viaje hacia la muerte.
Sobre la extensa pista, una hormiga rasca
la bilis de la tierra
y muchos hombres corren con sus almas raídas
por las hélices.
Todo, en fin, está correcto.
Los agentes de la aduana
revisaron nuestras maletas y nuestros pulmones
porque podríamos estar tísicos de contrabando.
Ya estoy dentro del avión, con Rafaela,
respirando el aire tibio por los gases
y tapizando nuestro pensamiento en este
cementerio de aluminio de motores
con un tiquete
que nos conducirá a Paris y a la muerte
de los recuerdos.
Muy pronto estaremos dentro del mar, mi Rafaela.
Escúchame:
te hablare de él, de los marinos,
esta noche que pesa veinte libras.
Este reloj vomitará siempre los días y los años
y después pesadas canas sobre nuestros
cráneos.
Es el destino cruel que la juventud no arrebata.
Aquel puente cruza el mar trayendo cartas
telegramas y noticias
desde el centro del globo a los delfines.
Y en su silencio las ballenas abandonan sus
grifos y gritos de agua fermentada.
En el fondo del mar las estrellas alumbran sus
firmamentos de tristeza
Y los pulpos, atrapando pececillos en silencio,
parecen presidiarios unidos en tentáculos de
odio y de ventosas.
Cada cual mira aquí con recelo el horizonte.
Y olvidados en la playa están los marineros,
cubiertos de grasas naturales y suave olor
de negros puros.
Míralos Rafaela,
en sus cerebros se reflejan las redes
del cansancio
y sus esposas, de sus pechos, cuelgan
tristes senos .
Cada cual está velando por sí mismo.
cada cual está pescando, guardando
su existencia
y en este mar de latas o mar de Antillas,
nadaremos con delirio en las playas de Marsella
de Egipto o de la China,
lanzando con emoción la despedida:
Adiós, marineritos.
Hasta la muerte.