Esas bocas del hambre
aquellas que parlotearon del subsidio
de la maquinaria celeste o de los suicidios
de migajas o participantes de una débil
comunión familiar. Aquella que denunció
la voz endeble de los endemoniados,
los cuerpos sometidos al desparpajo
insolente de ascuas y cenizas, brutalmente
asediadas por el estribo de una yegua infinita.
O las otras, las que hablaron del nombre
de dios, de los vaticinios de la sangre,
del participio de los verbos, de las naranjas
saqueadas por obreros y constructores.
Esas bocas. Más aquellas otras
que embistieron fielmente
los rasguños de la espalda, las firmes
convulsiones de las rocas. Esas bocas.
Las del hambre, las de la desolación.
El depósito calcáreo de arcillas y sombras.
La luz y su estallido sobre las rosas titubeantes.
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