Hay nubes pastando en los potreros
alguna mano divina
liberó aquí estos vellones de cerámica.
Tirita el agua en los charcos,
algo se desliza y aprieta el alma de los avellanos…
y la tarde se derrite herida sobre estos mantos,
sobre el lanar navío de espumar silueta.
Alguna bicicleta pedalea el pie de algún viajero
tras el húmedo sendero…
pero estos pedazos de ángeles que pastan
en el musgoso plato de Quitratúe,
tienen la soberanía soberbia de la paciencia,
y el canto encantado del pellín y los copihues
de mi tierra…
Mi cansancio trabaja impaciente
sentado sobre el dorso mutilado de un bostezo;
la quietud se amarra a la vertiginosa herida del viento,
mientras las ovejas hilan sus belfos en el trébol.
En sus ojos late algo más allá de la tristeza.
Alguien ha encendido la fragua del poniente
y un ave sumergida, musita una plegaria,
sobre el lomo de estos pequeños dioses.
Me pienso tan distante en estas horas;
cuando el ardid arrea estatuas tras las colinas
y los obreros regresan cabizbajos a sus ranchas.
Pero estos ángeles Dios mío…
quién abrió las celestes compuertas,
cómo llegaron aquí estos fanales de nubes.
Mientras la quietud remienda su vestido
entre la hierba del camino;
sobre las ventanas de las cantabrias
las ovejas lentamente van diluyendo sus validos….
Alejandrina.