El viento me arropa, me tranquiliza, me refresca. Pero la lluvia me duele; el peso del agua sobre mi, me tumba, me confunde con el pasto. Pienso que no puedo, pues no hay nadie más y si lo hay yo estoy abajo.
No sé cómo hacer poesía, no sé que es poesía. ¿Como realsar lo bello, en la presión que el cielo ejerce sobre mi? Es duro. Los rayos se ven lejanos y sus truenos me susurran, me estremecen.
Asustado, quise creer en la tierra prometida, dónde sentíamos la tierra, y no pertenecía a nadie. Me cuesta creer que el viento se lleva mis plegarias, cuando los ojos no ven, el inminente gris invadiendo. Espacio ajeno.
Lo más interesante de todo, es esa singular gota que desliza mi pared, por dentro, cerca a mi solitaria, baja dejando su rastro sin saber, no puede llegar viva al piso, dónde estoy. Me fijo y afuera son millones, gotas completas sin dejar rastro, simplemente caen, su destino no será más que el espejo del cielo, laguna del olvido. El pantano diminuto, rezagos de lluvia pasada. Estancada.
Sentir la presión espantosa, pertenecer a un determinado momento, desde abajo. Sin poder salir, sin poder sentir, sin hablar. Cuando solo puedes escuchar, llorar en silencio, madrugar angustias y soportar dolores.
Eso no es mi país.