Amantes
Los amantes
tienen algo de Dios y de infierno.
Esa lava que trepa y baja por sus gargantas
como una golondrina batida por un soplo de fuego,
la marejada de lenguas inundando el paladar;
el impulso y repulsión de los labios
arañándose suavemente, crispándose,
envolviéndose
como una anémona silbando en espírales de agua.
Mientras la ciudad se encierra
en su sobre de metal y cemento,
ellos, los amantes,
descienden sigilosos por el rayo de las sombras.
Las manos se deslizan asaltando la trinchera de las piernas,
hay veinte dedos liberando
el grito enardecido en cada poro y vértice del cuerpo.
Los amantes entonces
se entierran en sus fauces.
Hay cauces de ojos mirándose los cráneos.
Los senos se juntan y separan.
Los pechos se rasgan y se engarfian.
En los flancos
se intercambian y se apuntan.
A quemarropa se disparan los mordiscos.
Se asfixian, se inflaman y enderezan.
Los esqueletos
crujen se dislocan y deslizan.
La camisa es un insulto
tendida de bruces en la alfombra.
Los dos cielos del sostén se revuelcan en la cama.
Los amantes:
Indefinidos, constantes, turbulentos,
sin promesas compartidas en su cuarto,
sin redes, sólo presas.
Los sueños son gaviotas incineradas en el cielo.
El ahora moldea sus bramidos
y se tejen y destejen a su antojo
en la tierra.
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