Tiene que estar muy cercana,
tiene que estar aquí mismo,
no en la montaña lejana
ni en el fondo del abismo.
Mirando por la ventana
se creaban espejismos,
en los robles, sus retoños,
en los reflejos del sol
al caer hojas de otoño
y pintar el girasol.
Hasta el agua de la fuente
reflejaba su figura
con su rostro sonriente,
transmitiendo su frescura
a mi resecada mente.