Con la piel vencida de alboradas en orfandad
tejiendo telarañas de recuerdos y promesas
con los dientes ceñidos a la fuerza de un anhelo,
las uñas clavadas en lo blando de la ansiedad
rajando las pupilas del día, estoy embebida
sintiendo entre las piernas la diminuta casa que nadie habita.
Hay un abismo dulce, una cándida muerta se encuentra
tendida con solo una embestida y sin muchas batallas
ha mutilado mis placeres y destila sus crónicas de fastidio,
sembró fuertes raíces de soledad y germina
un tumor lacerante de cada día,
esa muerte abrió la puerta proclive del sexo
duele decirle adiós a aquella niña que acompaño
veintitrés años mi vida, con el ocaso sobre el duro día,
eterna y silenciosamente lloro su injusta hora de morir
y bendigo su muerte besando los labios del remordimiento
remordimiento de no poseer el canto para otro horizonte
uno que pudiera sucederle y que no sucede tampoco
entre nuestros cuerpos incendiados de pecado
en bocas sin movimiento de la propia lengua
en abandono del ritmo del placer sin semen que nos salve.
Contando el silencio, el cansancio fiero y el largo deambular
de las horas, de la luz que mata el día, de otra noche perdida
que busca con manos de arena los fondos de un río
que no se precipita a bañar el aire tibio,
a limpiar con su brisa la niebla del día.
Acunando nanas tiernas para dormir el cansancio
sin quedar despedazada en la seda de unos dedos
sin dormir el sueño de la luna tibia,
y las estelas del universo sin ataduras hoy muere una mujer
que cuenta entre sus tesoros la promesa o un anillo
con el que comercio un momento de hedonismo,
hoy simplemente se reclina la muerte de la niña sobre la piel,
para despertar recostada en la zotehuela del placer …