Con los ojos desahuciados y manos inciertas,
demasiadas persuasivas para retener
la gleba y la limosna de consecutivos días,
noches esperadas, insondables,
hasta el nuevo amanecer.
La felicidad pone cara de mendigo.
Casi siempre es una deuda contraída
con aquello que no es dable
ni posible de tener.
Alguna vez…
me perteneció por entero el inceñido mar
y el indivisible universo
deseable.
Alguna vez fui feliz.
Sé que lo supe
por la referencia de este azufre
incrustado como venas.
Alguna vez
– un breve instante nada más –
conseguí predecir el futuro testimonio
de las horas,
la fecunda libertad
de haber sobrevivido
a las ruinas del olvido
y la memoria.