Hiver

Cuando muere la luz

Cuando muere la luz

 

Lentamente va muriendo la luz…

los perros de la plaza han escamoteado su última sonrisa,

antes de cerrar sus harapientos sacos de dormir.

La cabeza de un pez explora indecisa la tierra

desde el bruñido venablo de una  gavia nocturna…

Mientras las sombras envuelven un bastión de exigua claridad

con sus innumerables crepes de acrobática ceguera;

la noche ha subido a desovar sus estopas en el cielo.

A esta hora, todo se carga de una liviana incongruencia;

de una ciencia de viudas amapolas:

el estornudo difuso de las olas,

los templarios huesos de las piedras,

las banderas gaseadas de cólera y de sangre.

Lentamente va muriendo la luz…

agoniza lapidada de dulzura y de venganza,

como una dogal vaciado de suicidas,

como un puñal tentado de médula fragancia.

Los sin rostro la siguen en su hoguera;

como un pircing catedrático

atraviesan el nervio de su angustia,

atisbando la concluyente aristocracia

herida de las flamas…

Duele el dolor en su agonía

 y el amor aprieta su garganta

como la nocturna partitura de los pájaros.

Lentamente va muriendo la luz…

se desintegran sus palabras, caen,

nutridas de cobarde resistencia,

como un vino confeso de licor y de nostalgia.

Muere, muere…

como una daga apuñalada por el tiempo

como las vértebras destrozadas del minero.

Muere lentamente la luz…

en el holocausto lejano de sus párpados,

solo brillan los estorninos cenicientos de su frente;

y el epitafio doloroso que la envuelve.

 

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