Contemplo la ciudad como si fuese ajena a mis miedos.
Como si fuese un decorado en el enorme escenario del mundo.
Veo el entramado caótico de sus calles,
los reflejos que produce la baja luz del atardecer
tan lejanos, que ya no podrán estallar en mi cerebro.
Por eso me gusta subir a la azotea
Para mirar la vida desde fuera sin que se mezcle con la mía,
sin que contamine mis recuerdos
sin que dañe mis propios terrores,
sin que lacere mis heridas....
Pero los vendavales me devuelven nostalgias
me traen los males del mundo,
y se me meten por los ojos
por los oídos,
me tiran al suelo de la azotea,
me aplastan el pecho
y ya no puedo moverme
ni respirar
ni tan siquiera sonreír
Y ahora estoy anclada en este espacio sin aire,
sin vientos ni tempestades,
mecida por mi propia tormenta interior.
Tan sólo me queda el recuerdo de la azotea