Eché las miradas del mundo en una mochila. Guardé siete lunas y mil estrellas para el camino y dejé la casa vacía.
Abandoné, el cómo y el después en el buzón de la vida.
Planté una rosa en los jardines del silencio y lavé mis culpas, en la orilla del río.
Busqué, el nombre de un planeta.
Me vestí con la voz del poéta, usé la noche de almohada y me dí a la fuga, ¡una octava!
Y dejando las puetas de mi destino abiertas, colgué mis penas, en las ramas de un roble. Y le dí un puntapié al cosmo.
Me robe los planes del universo, las fórmulas del futuro, la enésima potencia del sol y sus relojes de arena.
Me llevé la sonrrisa del firmamento y puse los espejos del alba, en mi portal. ¡Miré por la ventana! y me tropecé dos veces con el trampeador de versos.
Y conjugué las pasiones de una era. Las vi llegar por la vereda. La primera cruzó a la izquiera y la segunda se fue por la derecha.
¡Ambas resbalaron y cayeron!, perdieron la cabeza. Una hablaba de paz y la otra de guerra y se dividieron las vías del tren de extremo a extremo.
Y nadie las vió, nadie se detuvo a pensar en ellas. Nadie pudo ver lo rápido que se pasearon las nubes por sus cielos.
Yo puedo recordarlas, despidiendo paisajes, abrazando alegrias, sacudiendo el polvo de los años y bailando con todos los Ismos.
Pero no fueron felices para siempre, en la salud y en la enfermedad, ¡Mintieron!. Alienaron su presente, saquearon su pasado y empeñaron su futuro.
Y caminaron en cunclillas con dirección y estilo, pero ¡harta de mirar quedé!, el pensador se perdió en la aldea, el predador no escribe, pero enrolla y desenrrolla la treta.
Y los fantasmas, escriben pero no saludan, no contestan, no pasan mensajes, ni regalan indulgencias.
mbf.vicsof/sa19621:726pm.