Desiertos comunes
en la lánguida tarde.
Golpean los latidos
el odio de los cobardes.
La masía abandonada
trafica con su sombra.
Sombra de árboles, de
rabia diseminada.
Frutos tardíos, hijos
de la niebla. Sombras
aparcadas, entre ramajes
invariables. Invencible
luz, de antiguos encinares.
Por ellos se filtra
la larga luz de la luna,
observando mi delirio.
Soy de los hijos de la niebla,
acuosa, ficticia.
Soy sombra, tan hermosa,
de pobres y rectangulares
mesas sin violines.
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