Después que tu rompiste mis temores
de nunca disfrutar de tus delicias;
se fueron derramando mis caricias
por todos tus rincones tentadores.
Sonaron mil campanas cual tambores
llevando a nuestras almas las albricias;
que traen esas mágicas primicias
que brillan con la luz de mil colores.
¡Y fueron desde entonces nuestras horas
un mundo de promesas celestiales;
trayendo cada día sus auroras
perfumes de jazmines matinales,
que hacían de tus risas soñadoras
maitines con arpegios virginales!
Autor: Aníbal Rodríguez.