Reitero lo dicho, penumbras,
casi impúberes, donde habitaban
lunas y camellos en idéntica sucesión.
Me falta un apoyo, un palio terrible,
sobre la tierra exacta. Nombras
la luz con energías frías y, en lo
mencionado, acabas con humedades
y toses abarrotadas. Me conmueve
el pecho, la larga agonía del insecto;
nubes magnéticas que articulan sus alas
deslizantes. Derrotadas torres
buscan la perforación de la transferencia.
Exiges el tributo, la enagua tirada sobre
las camas atribuibles, y en lo oscuro,
flamea tu endurecida piel casquivana.
Rayos de decadencia penetran la sala,
donde habitaciones y cuerpos tendidos,
pintan las cabeceras con enorme orgullo,
con proféticas pinceladas, brazos sin flacidez,
sin fragilidad ninguna: todo, en la estancia,
se llena de luz, como un escombro concluido
por las masas.
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