Nunca al embarcarme temí a naufragar
a pesar del mal viento, a pesar del oleaje,
a pesar del vuelo migrante de aves,
a pesar de la gran amenaza del mar.
Me disfracé de valiente, sin saber nadar
sin brújula, ni remos, ni salvavidas.
Parecía casi una misión suicida,
como buscando un iceberg contra el cual chocar.
En una barca pequeña, rumbo a alta mar
zarpé con la luz primera del día
Como quien se enamora de una causa perdida:
A tientas, y sin tener ni siquiera un manual.
Aún en la tormenta, me sentí capitán
viendo cómo, de a poco, mi barca se hundía
junto a la azul quimera que en mi pecho ardía
pero nunca, ¡jamás! pensé abandonar.
Fue la misma marea quien, tal vez por pesar,
decidió devolverme agonizante a la orilla,
aún sabiendo ella que mi peor pesadilla
siempre ha sido no poder navegar.