La mecedora está olvidada,
en la habitación de los desahuciados,
sin corriente de aire, postrada,
como si el tiempo no hubiera pasado.
Unos pocos polvos la bañan,
solidaria con los otros,
objetos que la acompañan,
cara a cara, sus rostros.
¡Cuantas siestas dormidas!
con el balanceo de sus pies distantes,
como un barco en olas venidas,
con camarotes para amantes.
¡Cuantas tardes calurosas!
en verano, con agrado
de aires de abanico de rosas,
y de péndulo de movimiento prolongado.
José Antonio Artés