Verdugo truhan, en tus manos quedan
aún los vestigios de sangre,
la preciosa sangre del inocente.
Y sigues ausente de la idea y del amor
no comprendes la salvación, ni tu pequeñez
matas de continuo y te crees poderoso,
extiendes sobre la tierra tus dominios
levantas los brazos en señal de victoria,
mientras acaricias la idea del paraíso
Que beneficio más preciso, que regalo tan idóneo
a la naturaleza sería quedarte desde ya dormido
¡Cuánta ceguera, cuánta falta de conciencia!
Persigues el oro y nada sabes del joyel
no develas, ni por asomo, el verdadero erario.
¡Pobre mortal espíritu que te condena!
No hay duda alguna, no, no estamos listos
Si no huecos, no nos merecemos el universo.
Pobre tú, pobre yo, pobre nosotros
Y del mundo entero…