Y la sinceridad quedó sin alma.
Y fue perversidad su boca floja,
se endurecieron y brotaron sus palabras;
la podredumbre al fin salió de sombras.
Y profirió epítetos con sangre
como ese satanás que dió su cara
y se encendió su lengua en sus alardes
maldijo nuestro amor... como si nada.
Después, lloró, golpeó sobre sí misma
para fregar sus manos en su rostro
y confesar no haber amado nunca
reconocer que fue su vida trunca;
negando con su gesto, entre sollozos,
para acabar de fuego hecha cenizas.