Implorando augurios benefactores
la tierra exigió su tributo implacable,
destruyó zonas de asilo y esa lumbre
invariable que protagoniza las esquinas.
Derrumbó las lánguidas tardes
oprimiendo un solo dedo, con esquemas
de disertaciones ya dichas, ya hechas.
Bebió de fuentes secretas y manantiales,
derivándose mutuamente por las esquirlas
sucintas del mapa en acción; su traje de hombre
le quedaba grande.
Por las costuras arracimándose se avecinan
tormentas y ciclones, cirios evanescentes
como cipreses erguidos a la orilla de escombros
y basureros.
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