Sus ojos eran grandes,
dos ojos enormes de único tamaño,
cristales lúcidos, espejos secretos,
amatistas que danzaban en la muerte,
pájaros que nunca bajan al suelo,
ventanas detrás de juguetes,
una niña callada, su corazón volcánico,
como la dualidad de mi alma,
donde su alma inundaba mi sed,
donde su mirada no se cansaba,
motor implacable, única energía ilimitada,
sustancia primera incluso antes que mi suerte,
planetas rodando en las horas que no tengo,
me han comido por enésima vez,
hombre ciego sin tus ojos brújulos ,
aquí en la nada de tu mirada extraviada,
o ahuyentada o extinta, o dormida,
u oculta y dolorosa donde te meces,
en la sombra, en el viento crudo,
y sin embargo cada nervio de mis ojos,
los míos, resulta una ilusión, diferente,
vez tras vez, me duermo en el velo de maya,
despierto en tus ojos, pero no, no despierto.