Cayó la tierra, el infierno se acerco a mí.
Las tinieblas rodearon el cosmos. Y la Naturaleza se perdió.
Los grandes reyes cayeron.
Los sentimientos se perdieron por la noche; y me convertí en un robot inanimado.
El destino me llenó de inquietud, y dudé de mi personalidad.
Oí la Voz, pero no hice caso.
Vi caerme hacia la nada.
Oí las carcajadas de Belcebú, y me olvidé de mi cuerpo.
Andaba errante por el Paraíso, pero no encontré a mi Eva.
Mi espíritu se diluyó entre el cielo y el infierno, y no me decidí por ninguno.
Tenía un pie en la vida y otro en la muerte, y los dos me tentaron.
Cuando en sueños era un rey, en realidad era un vagabundo. Cuando en sueños era un vagabundo, en realidad era un rey.
De repente la risa me invadió hasta tal punto que creí ahogarme, tenía la mente vacía, hueca, y perdí el miedo a lo eterno, a lo irrelevante, a lo misterioso.
Me dediqué a dormir en las tumbas de mis antepasados, intentando poder hablar con ellos, pero ellos no me
contestaron.
Y me sentí solo, solo ante el mundo.
Viajé por el mundo de los artistas.
Viajé por el mundo de los mendigos.
Viajé por el mundo de la riqueza.
Viajé por el mundo de la muerte.
Anduve por los senderos de la felicidad.
Anduve por los senderos de las tristezas,
y no me decidí por ninguno,
pues era estrella errante del firmamento,
pues era el espíritu sin nombre,
sin lugar de reposo ni sitio fijo.