Toda guerra deja grabados
sus rastros de orfandad
en los rostros
de los sobrevivientes,
en las fronteras lívidas
de sus pieles desnudas,
en su carne, en sus huesos
y en su sangre...
Los sucesos nefastos
se eternizan
en los espejos tristes
de sus ojos,
en sus delicadas memorias
neuronales
y el terror y el espanto
aprisionan el alma
y la sumergen
en la mar tenebrosa
de la noche...