Pablo240

Elegía I

Por vos me lamento, ovejero rampante,

en las horas decadentes

del ocaso inmaculado,

cuando en mi mente aparece

tu sonrisa, que descansaba en mis brazos.

 

Dejaste la casa en silencio.

El patio, despojado,

clama y suelta llantos

por el alma que pintaba sus lienzos.

 

Cuatro patas robustas,

pelaje lozano, postura impasible.

Ojos de fiel amiga se confundían

en un semblante irascible.

 

Cruel o fortuito

fue el destino que me colocó,

a contemplar tu última agonía

en el lluvioso día que la precedió.

 

Tu ausencia, a la Tierra,

le hizo perder sus tintes.

Pero alegre estoy que coloreas, ahora,

los teológicos jardines.