Por un extraño mandato de la luz matinal
el día crece con sus dientes dorados
sobre la piel de este desierto de cartón.
Una tela amarilla
de amarillo voraz
se recoge en su cuerpo de hilaza
como un caracol de piedra fúnebre.
Pero yo
aún indefenso ante el paisaje de las máquinas
y el atractivo traje sabor de leopardo
la piel de canela
los catetos amplios
no puedo elevarme a mi vértice de ojos apagados
porque todavía deseo sentir el lenguaje de las
ruedas
e inexplicablemente
me he decidido a compartir de nuevo
este metro kilogramo minuto luz que me apretaron.