Me duelen los sueños, de tanto soñarte,
y lloran mis versos de tanto pensarte.
Mis horas se visten de triste lamento
repleto de llantos y duro tormento;
y guardo en memoria tu voz y tu acento,
igual que un susurro de mágico viento.
Pregunto a la noche, con rostro cansino,
por qué apareciste, nublando mi sino.
¡Del alma quisiera, poder arrancarte,
pensar que tu fuiste tan solo un momento,
que diera a mi vida, su rayo divino!
¡Acaso tenía marcado el destino,
que tu me embriagaras con cálido aliento,
y luego, de pronto, de mi separarte?
¡Bebí de tus labios, la copa de vino,
que puso en mi boca tu beso mezquino,
que fue la cicuta con encantamiento,
que trajo a mi vida, su golpe tan cruento;
con una caricia que fuera el unguento,
que entró por mis venas, a mi pensamiento!
¡Por eso pretendo dejar de adorarte,
y en medio del cieno, poder enterrarte!
Autor: Aníbal Rodríguez.