I
Te miré tus ojos bellos
esa tarde inolvidable
cuando tu sonrisa afable
se enredó con tus cabellos.
En tus ojos vi destellos
de la vida deseable
de la vida que alcanzable
sufre también sus resuellos.
Pero vino tu partida
impensable y dolorosa
dejando mi alma llorosa
la angustiosa despedida
pero mi alma está dichosa
porque me diste la vida.
II
Era blanca la Azucena
con su aroma que amoroso
en un día muy lluvioso
demostraba su alma buena.
Y en aquella piel morena
de trabajo sudoroso
vio el camino luminoso
cumpliendo con su faena.
Hoy llegó la madrugada
y no vio la luz del día,
vio la luz de su alborada
donde su alma quedaría
en la noche que estrellada
para siempre brillaría.