No me quisiera enterar
de que alguien llore ante mi féretro,
que las lágrimas no crean
océanos para los muertos.
Claro, estoy vivo
-nadie crea que escribo
desde lo que llaman cielo-
y no quiero que pierdan su tiempo
enterrando a este esperpento.
No dejen de escuchar a su artista favorito
para engordar mi silencio,
ni dejen de vestir de gala
para despedir mi tiempo.
Eso sí, les voy a pedir
dos últimos deseos:
sean felices por mí y por todos
los que alumbran el camino con sus cuerpos.
Sean felices como terremotos,
como fogata en invierno,
sean felices y locos
aunque nadie quiera verlos.
Pero no se vayan, señores,
que me falta una voluntad:
no me dejen descansar en paz,
para alimentar las flores
y vigilar la ciudad
con mis huesos y mi edad.
Dirán qué locura caballeros,
pero en verdad no quiero
dormir en los senos de la tierra,
sino vagar eternamente en guerra.